A finales del mes de Diciembre del pasado año, mi prima Maria Teresa residente en Galicia, con el fin de dar a conocer a sus hijos, nietos y algún tataranieto, el entorno donde se desarrolló la vida familiar y profesional de su abuelo, solicitó a la Real Academia una visita para familiares de Julio Casares.
Tras el fallecimiento de mi abuelo acaecido en Julio de 1964, y tras un breve espacio de unos meses, la familia abandonó la vivienda, que como académico y en su calidad de Secretario Perpetuo habitó desde su toma de posesión en Enero de 1940.
Mis obligaciones familiares y profesionales, y la tremenda nostalgia que sentía y siento cada vez que paso por aquella puerta de la calle Felipe IV, habían lastrado mi voluntad para volver por la Real Academia. Estaba ahora, ante la oportunidad soñada del reencuentro, arropado por familiares muy queridos y cercanos. Y llegó el día tan largamente esperado, y al traspasar aquella puerta, mi hija Maria me cogió cariñosamente el brazo, y me dijo “ papá tranquilo eh….”, conocedora de la emoción que me embargaba y que a duras penas podía contener.
He tardado en escribir estas modestas letras, porque las imágenes y los recuerdos, han necesitado su tiempo, para sedimentar en mi corazón. A fuerza de ser sincero, pienso que son recuerdos y vivencias tan personales e íntimas, que dudo interesen mas allá de una parte reducida de mi círculo familiar más cercano. Recuerdo ahora el párrafo con que mi abuelo finalizaba sus memorias, después de una vida plena, la de una persona con una inteligencia y capacidad de trabajo excepcionales:
Liberado de mis obligaciones profesionales, y en la madurez de mi vida, quiero recordar aquellos años tan felices que lo pude disfrutar. Tuve la fortuna, dada la estrecha relación que tenía mi madre con sus padres, de vivir aquellos años, cercano a mis abuelos y a todo lo que significaba la Real Academia. Voy a intentar utilizar para la descripción de mis emociones y recuerdos, y como personal homenaje a sus escritos, dos herramientas del lenguaje, que aparecen como hitos en su trayectoria lexicográfica. En su discurso de ingreso en la Real Academia, habla del futuro Diccionario Ideológico con su conocida expresión “ desde la palabra a la idea y desde la idea a la palabra” y para cuya gestación, explica claramente la diferenciación entre el “ léxico activo¨ o conjunto de vocablos empleados habitualmente en nuestro lenguaje coloquial, y el “léxico latente”, constituido por aquellos vocablos, que sin ser desconocidos para nosotros, permanecen como adormecidos en nuestro subconsciente, aflorando a nuestra memoria ante una determinada imagen. En base a ello, voy a intentar, describir mis sensaciones y emociones, asociándolas, en un imaginario viaje, desde la “imagen activa” del momento visual presente, a la “imagen latente” del pasado. Transcurridas más de cinco décadas, desde aquellas lejanas fechas, volver a la Academia, hizo que las “imágenes latentes” en mi memoria, intentaran asociarse rápidamente con las “imágenes activas” que aparecían ante mí. El pequeño y austero despacho del abuelo, al cual acudíamos mi hermano Guillermo y yo nada más bajar del autobús escolar, para verle y, enseguida, acudir a su fiel secretario Emilio, que con gran afecto, y en un abrir y cerrar de ojos, nos había fabricado un avión de papel, que acrobáticamente y entre jarrones maravillosos y columnas de mármol, realizaba un vuelo interminable que nos fascinaba. O aquellos molinos de viento de papel, que situados encima del radiador de la calefacción, giraban y giraban como por arte de magia, ante nuestra inocente mirada. La “imagen activa” de la planta noble, que aparecía ante mis ojos, con sus suelos de mármol impoluto, rescata al instante de mi memoria la “imagen latente”. Aquellos suelos de noble y envejecida madera, que con sus crujidos, anunciaban la llegada ó la partida del abuelo con su andar pausado y cansino, lastrado ya por el paso de los años. Intento cotejar, las “imágenes activas” con las “imágenes latentes”: la biblioteca, el salón de actos con el cuadro de Cervantes presidiendo las sesiones de gala. El seminario de lexicografía ya no está ubicado allí, y con premura, la “imagen latente” acude en mi ayuda. “Abuelo, podemos ir al seminario a ver a Villarías”. Con su benevolencia habitual , nos dejaba acercarnos a saludar a los jóvenes componentes de aquel seminario, que siempre tenían la mejor de sus sonrisas para nosotros, aunque alguno de ellos pienso yo ahora que diría para sus adentros, “ ya están aquí otra vez los nietecitos… “. Pero para mi hermano y para mí, aquellas visitas, siempre traían algún regalo. Un día sí y otro también, el bueno de Villarías nos traía soldados y tanques, que con infinita paciencia debía recortar y pegar en madera. El paciente Hermida, que siempre se echaba mano al bolsillo para obsequiarnos con algún caramelo, o la bondad de Salvador con sus inagotables canicas de colores. Fueron personas entrañables y fieles colaboradores de mi abuelo. Por deferencia de la Dirección de la Academia, se nos permitió visitar lo que para todos nosotros era lo más emotivo y que se correspondía con la planta superior, hoy dedicada a despachos y salas de reuniones, y que en aquellos años constituía la vivienda del Secretario Perpetuo. En el momento de entrar, se produjo en mí un sinfín de conflictos internos, ya que la “imagen activa”, no encontraba su correspondencia, ante el cúmulo de “imágenes latentes”, que como un torbellino afloraban desde mi subconsciente. La habitación habitualmente conocida familiarmente por “la sala”, con sus vistas hacia Neptuno y el museo de Prado. Aquellas Nochebuenas, imborrables en mi recuerdo, en que un “ejército” de nietos, conducidos y retenidos por los respectivos padres, esperábamos impacientes la llegada del Niño Jesús, con el árbol de Navidad cargado de regalos, y que un misterioso ángel depositaba a través de una ventana que se dejaba entreabierta por mis abuelos. Para que todo esto aconteciera, el ángel no cambiara de parecer, y se fuera con el árbol de vuelta a los cielos, había que permanecer juntos en el otro extremo de la casa. Ya al anochecer, y mientras nuestros padres nos entretenían, animándonos para que miráramos por las ventanas al cielo, y ver si descubríamos alguna estrella en movimiento, que anunciara la bajada del ángel. Hasta que un misterioso timbre,– con los años supe que el misterioso timbre lo tocaba mi abuelo–, indicaba la llegada del árbol del Niño Jesús. Todavía hoy, y mientras escribo esta letras, no puedo evitar que se empañen mis ojos. Al oírse aquel timbre, se producía una “estampida de nietos en tropel”, que recorría aquellos largos pasillos, hasta llegar a “la sala”. Y entonces……. la imagen que aparecía ante nuestros inocentes ojos, permanece imborrable en mi retina. La habitación a oscuras, la ventana entreabierta, y a su lado, el árbol del Niño Jesús, con sus velas de cera de múltiples colores encendidas, y a sus pies un montón de regalos cuidadosamente envueltos. Era el momento, en el que mi abuela María, sentada al piano, con sus manos ya algo temblorosas, –haciendo honor al grado de “virtuosismo” que alcanzó en la carrera de piano en su lejana juventud, interpretaba el “o tannenbaum” de su infancia alemana. Todos tarareábamos aquella canción alemana, sin saber muy bien lo que decíamos, porque nuestra atención solo pasaba, por saber donde estaba el regalo de cada uno.“ Lo que quede de mis trabajos, no tendrá nunca importancia suficiente para que las gentes, pierdan el tiempo, en enterarse como era Julio Casares, si es que se acuerdan de mi nombre”.
La “imagen activa”, seguía buscando el despacho personal de mi abuelo, situado muy cerca de “la sala”, y nuevamente la “imagen latente”, acudió al rescate. Aquellos domingos, en los que después de comer, iba con él al despacho, para escuchar los partidos de futbol en una enorme radio Philips de preciosa madera. Pienso que algo le entretenía, y aunque nunca supe de que equipo era, sospecho que sus simpatías, eran hacia el Granada de su amada tierra. Después siempre se producía un hecho que invariablemente mi hermano o yo realizábamos, pronunciando la “petición nuestra de cada domingo”…… “Abuelo, ¿podemos ver las medallas?”. Y con la paciencia, bondad y cariño que siempre nos demostró, abría aquel armario, en el que aparecían: medallas, condecoraciones, e insignias delicadamente guardadas en sus estuches .
Aquellas “ medallas” que aparecían ante nuestros ojos, supe con el transcurrir de los años, que se referían a algunos de las más altos reconocimientos a que se puede aspirar en vida: Gran Cruz de Isabel La Católica; Gran Cruz de La Legión de Honor de Francia; Gran Cruz de la República Italiana; Tesoro Sagrado del Japón; Gran Orden del Imperio Chino entre otras muchas. Como dijo un gran escritor y político de su época, “ este hombre, Casares, es un monumento “. Su vida fue el monumento a la modestia de un hombre excepcional, cuya capacidad de trabajo se asociaba con una inteligencia preclara.
Hasta aquí mi pequeño homenaje, recordando algunas de la múltiples vivencias que tuve la suerte de compartir con él en aquellos años en la Real Academia. Que el enigma de la vida, me permita un día, volver a encontrar a las personas que tanto quise.
Abuelo, hasta siempre….hasta pronto.
Magnífico el trabajo me ha gustado muchísimo es muy interesante y merece la pena que la memoria de don Julio Casares se perpetúe enhorabuena
Precioso escrito. Emociónantes y emotivos recuerdos. Gracias a todos los familiares que através de vuestras vivencias , nos hacéis llegar a los más jóvenes , y no tan jóvenes ya… quien y como era Julio Casares.
La emotiva visita que hicimos a la Real Academia, dentro de que estuvo cariñosamente centrada en el reconocimiento a la labor del abuelo, no pudo lógicamente contarnos mucho de lo que también fue su hogar y el de la familia. Muchas gracias, Eduardo, por compartirlo y llevarnos a esa otra «parte de la Academia».
Queda claro que Julio Casares tenía fuertes genes que han traspasado generaciones….
Eduardo, me admira tu capacidad para combinar inteligencia y emoción. Y sobre todo, la fuerza y dedicación intensas que despliegas para conseguir que perdure el recuerdo de alguien tan merecedor de ello como es Julio Casares.
Muchas gracias por tu generosidad y altruismo al compartirlo y permitirnos viajar en el tiempo, llenando nuestra «biblioteca mental» de tan bonita parte de la historia.
Estimada Ana,
Muchas gracias por tu amabilidad y benevolencia al comentar este artículo. Que compartas conmigo estos recuerdos y sentimientos tan familiares, me emociona y gratifica enormemente.
Gracias por tus palabras.