ARTÍCULO 

Os doy un orden nuevo 

9 de marzo de 2021. Francisco M. Carriscondo Esquivel

 

 

En el siguiente texto, el autor demuestra mediante una simulación las enormes posibilidades del Diccionario ideológico de la lengua española de Julio Casares, un recurso lexicográfico válido para la selección de las piezas léxicas convenientes a toda práctica discursiva. La presunta «complejidad» de su consulta no debería ser óbice para comprobar su utilidad. Con una serie de analogías se pretende ilustrar las excelencias del repertorio.

Estoy escribiendo mi novela. En ella trato de describir lo que sucede en un cobertizo. Reflejo con mis palabras los objetos, las herramientas, los trastos… Pero hay una que se me escapa. Trato de rebuscar en el magín de mi memoria el nombre de la planta superior de uno de esos peculiares edificios rurales donde el protagonista de mi historia guarda sus tesoros (un fajo de cartas, unas fotografías de antiguos amores, una brújula, un compás…). Y me pregunto qué hago ahora, si he de cambiar todo el escenario por culpa de la huidiza voz que juega conmigo por entre los recovecos de mi pensamiento. Creo haberla capturado en la red que teje mi escritura. Pero no, se resiste. Ansío experimentar ese fogonazo deslumbrante a la vez que complaciente provocado por el feliz hallazgo; el encuentro aunque sea fortuito, pero fructífero; el instante cuando la palabra salta el trampolín de la punta de la lengua y adquiere sonoridad. Pero nada, sigue siendo un fantasma que me desasosiega, hasta el punto de querer rendirme y abandonar la narración.

Es entonces cuando caigo en la cuenta de que no soy escritor sino filólogo, amante de los diccionarios para ser más preciso. Así es como recuerdo una obra que puede brindarme una ayuda impagable, un sambernardo con su botiquín que llega justo antes de perecer sepultado por la nieve de la página en blanco: el Diccionario ideológico de la lengua española de Julio Casares. Puede parecer complicado, pero es tan sólo cuestión de práctica familiarizarse con este peculiar gps. Tengo la idea (la cámara alta de un cobertizo). Busco ahora la palabra juguetona, pero ya con un itinerario preciso. La ruta me la traza la obra lexicográfica: (1) Acuda al «Plan general de la clasificación ideológica»; (2) Busque el epígrafe del «Plan» que mejor se ajuste al concepto cuya designación está buscando; (3) Vaya al cuadro sinóptico marcado por el número que figura en dicho epígrafe; (4) Localice al cabeza de familia (léxica) donde considere que puede estar la voz; (5) Diríjase al grupo de palabras y pase el dedo por ellas hasta que… (6) Ha llegado a su destino: ¡almacería!

Función principal de tan singular repertorio es llevarnos de la idea a la palabra. Cobra así sentido el adjetivo ideológico que acompaña al sustantivo del título. El Diccionario ideológico es una obra que «atiende a razones», no a los caprichos formales por los que la a está antes de la b y esta de la c. Es un diccionario por tanto racional, «metódico», como dice su propio autor, pues –aparte de aplicarlo rigurosamente– maneja en su elaboración un método deductivo, especulativo. Es además un repertorio que «se rinde a las evidencias», al describir el léxico tal como está configurado en nuestra sociedad y, por ende, en cada uno de sus individuos. Es un diccionario, en definitiva, ideológico, no ideologizado en el sentido que le solemos dar actualmente a este adjetivo. La ideología ha de entenderse aquí como conjunto de ideas. Según el sistema de creencias de la comunidad hablante, Dios es creador del universo todo. De ahí que se encarne en el léxico inventariado y, consecuentemente, haya de encabezar el cuadro general de la clasificación ideológica.

Luego vendrán las creencias que tuviere todo hijo de vecino. ¡Si hasta el mismo José Saramago reconoció que, como mínimo, todo lo que se posee de Dios es su nombre! Y ya que estamos en tesitura bíblica, me imagino a don Julio apartando las tablas de la ley del orden léxico convencional y diciéndonos a los lexicógrafos: «Os doy un orden nuevo, más acorde con la forma como creamos la realidad mediante el léxico». En nuestro cerebro no existe un fichero con gavetas de cédulas ordenadas alfabéticamente. Así se lo quiso hacer ver al sanedrín académico, el día en que pronunció su discurso de ingreso en la Real Academia Española. Fue voz que clamó en el desierto. Pero don Julio era un señor con una fe inquebrantable en la necesidad de su proyecto y de ahí que no cejara en su empeño por materializarlo. No sucumbió a ninguna de las tres tentaciones: el afán de nombradía, la pereza y la displicencia. Per aspera ad astra. Con dedicación benedictina supo llevar su empresa a buen puerto y mostrarles a los incrédulos Tomases las bondades de sus llagas.

Hablemos ahora en el lenguaje de quienes tienen los pies en el suelo. Puestos a optimizar los recursos, en un mismo espacio (el que ocupa el diccionario) podemos conseguir mayores beneficios si ordenamos las palabras al modo de Casares, pues se permite con ello una mayor explotación de los recursos léxicos. Entre las utilidades de la ordenación propuesta se encuentra un mejor conocimiento de la cultura de la comunidad, dado que evidencia los campos donde la lengua carga las tintas, los huecos rellenados a la hora de designar las realidades que interesan a sus hablantes, en las que creen, sienten y piensan. La lengua se convierte así en idioma, expresión de una cultura, de un conjunto de peculiaridades que hacen del lenguaje algo más que un simple instrumento de comunicación. Conviene la onomasiológica, más que ninguna otra ordenación, para conocer verdaderamente nuestro patrimonio, los tesoros con que contamos. Pero no basta con inventariarlos, hay que activarlos, hacerlos funcionar (me resisto a utilizar la architrillada locución ponerlos en valor).

Liberemos también a la memoria. No quedemos a expensas de ella y sus veleidades en función del momento, tan voluble como es, tan presta a desviar su atención. Cuántas veces nos hemos afanado en anotar palabras, repetirlas al menos siete veces y buscar la ocasión perfecta para introducirlas en nuestros textos, tratando de encajarlas aunque fuera con calzador. Conviene salpimentar nuestras creaciones con las dosis léxicas adecuadas, pero para ello no es necesario memorizar la receta. La escritura no ha de estar sometida a tensiones provocadas por la búsqueda de la palabra exacta. Juan Ramón Jiménez necesitó de la inteligencia y a ella invocaba en su poema: «¡Intelijencia, dame / el nombre exacto de las cosas!». Nosotros, en cambio, contamos con el Diccionario ideológico de Julio Casares, una herramienta de trabajo fantástica, versión mejorada del inventario alfabético que no debería faltar en la estantería. Y los recursos no se interiorizan. Todo lo contrario: hace falta que estén fuera para poder usarlos cuando más convenga.

Cerrar la brecha secular que todavía hoy, a pesar de lo dicho, mantienen el diccionario alfabético y el onomasiológico. Esta es una de las misiones del lexicógrafo, en su faceta de divulgador de los logros de su disciplina (otra sería descubrir precedentes en la obra de don Julio, las fuentes que le inspiraron, etc., pero ahora no es el caso). En un tipo y otro de repertorio tenemos todas las palabras a nuestra disposición. Lo que cambia es la ruta de acceso. Imaginemos un médico que no puede prescribir al paciente un determinado medicamento porque no recuerda su nombre y, por tanto, no lo halla en su vademécum. Inconveniente grave el del desmemoriado galeno, en detrimento de la mejoría del enfermo. De una intensidad dramática similar puede serle a un escritor no encontrar el vocablo que mejor se adecue a su texto. La misma impresión agónica ha dejado en mí la búsqueda de aquella palabra: almacería. Pero en el escritorio ya reposa mi vademécum particular: el Diccionario ideológico de Casares. Ahora puedo continuar mi novela.

Francisco M. Carriscondo Esquivel

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Málaga.

Experto en historia del léxico y de los diccionarios de lengua española. Ha creado dos herramientas en línea, de consulta libre y gratuita para todo aquel interesado en los temas que aborda: Lengua y Prensa y Dicciocho. Portal lexicográfico del XVIII.

www.francarriscondo.com

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