El Diccionario Ideológico de la lengua española - DILE - 1942

De la idea a la palabra, y de la palabra a la idea

Editorial Gredos. RBA Libros

Desde 2013 y dado el esfuerzo y la ilusión de la Editorial Gredos por incorporar a su fondo bibliográfico esta obra, unido al firme propósito de relanzar la figura y la obra de nuestro abuelo, el Diccionario Ideológico de Julio Casares está disponible a la venta.

Rafael Lapesa en una necrológica publicada en 1964 en el BRAE destaca:

«por primera vez la totalidad del vocabulario español aparecía como un cosmos ordenado, a disposición de quienes quieran indagar su ordenación interna, su peculiar estructura, su “forma interior”, en la terminología humboldtiana.

Cumplía así Casares uno de los postulados de la lexicografía y semántica actuales, que desde Trier y von Wartburg hasta Ullmann y Matoré, preconizan el estudio de las palabras por campos de significación»

La obra más emblemática de Julio Casares, el Diccionario Ideológico de la lengua española.

La obra más emblemática de su biografía y conocida popularmente como “el Casares”, se gesta en los tiempos juveniles del autor, dada su curiosidad y afición a cultivar y complementar su conocimiento de las cosas, mediante la adquisición de su denominación específica. Esta afición, le crea  inquietud, ante la posible pérdida en los léxicos, de vocablos poco usados pero particularmente expresivos o bien sonantes.

Esta percepción le lleva a generar un método tan sencillo como eficaz, e ir apuntando en unos cuadernillos, todos los hallazgos de estos vocablos, que aparecían en los léxicos.Al aumentar el número de cuadernillos, surgió el problema de que, so pena de consultar en cada ocasión todas las apuntaciones hechas, los vocablos estaba tan perdidos como antes. Es en ese momento, cuando para resolver el problema, decide agrupar por conceptos las palabras, naciendo el primer núcleo de un diccionario ideológico, y germen de su obra.

En 1915 inicia los primeros trabajos de investigación, sobre un nuevo modelo de diccionario, y que culminan en 1921, plasmados en su discurso de entrada en la Real Academia, y titulado “Nuevo concepto de del diccionario de la lengua”. En dicho discurso y sin temor al rechazo de los miembros de la histórica institución, expone:

 “Va siendo ya hora de acometer derechamente, sin pararse en viejas rutinas, ni siquiera en tradiciones respetables, la catalogación metódica, sistemática, racional de las palabras redimiendo de una vez a la lexicografía de la tiránica y estéril arbitrariedad del orden alfabético”.

La Academia en contestación a cargo de su director D. Antonio Maura, alaba la innovación y apoya gran parte de los argumentos expuestos, pero la Corporación se niega a cambiar la técnica tradicional de revisión de los diccionarios clásicos, lo cual hubiera exigido una nueva metodología.

Lejos de renunciar a su obra, Casares acomete por su cuenta la titánica tarea de redactar en solitario su obra, compaginando sus trabajos, con sus tareas académicas y diplomáticas.

 “Entre las pocas personas que creían en mí, tuve la suerte de tropezar con Rafael Calleja, bien conocido y director a la sazón de la Editorial fundada por su padre el inolvidable Saturnino Calleja. Con su ayuda, que fue decisiva, alquilé una habitación  a pocos pasos del Ministerio de Estado, y allí instalé mis humildes trabajos: libros de consulta, ficheros de cartón y unas bateas de madera cruzadas con alambres, instrumento de mi invención para la criba de papeletas. La proximidad del local me permitía no perder ni un minuto desde que terminaba mi trabajo en la Interpretación de Lenguas hasta que me sentaba en mi modesto laboratorio ”lexicográfico. Conté con la colaboración de dos auxiliares, que se avinieron a  prestarme su colaboración, a cambio del modesto estipendio que podía ofrecerles, y que no se correspondía, con la inteligencia y entusiasmo que ponían a mi servicio.

Las jornadas superaban las doce horas cuando regresaba a mi domicilio. También conté con la ayuda de mi mujer y mi hija Mª Luisa en las horas de la noche.»

A principios de 1925 la Editorial Calleja, a consecuencia de un cambio de estructura, de orientación y de planes editoriales, renuncia a publicar la obra: “me vi pues, de la noche a la mañana hipotecado por razón de los gastos hechos a cuenta, y reducido a mis propios recursos

Ante esta situación, y cuando Casares busca con premura, un nuevo editor para su obra, se encuentra providencialmente con el editor catalán Gustavo Gili, al que la obra le agrada sobremanera, llegando a un rápido acuerdo, que se plasma en enero de 1926 con la firma del contrato con la Editorial Gustavo Gili.

En la primavera de 1936, después de veintidós años de trabajo, Casares acariciaba la aparición de su obra cumbre dentro de aquel año. Pero el estallido de la guerra civil, cambió todos los planes. El original no compuesto de la obra se encontraba en Barcelona y el resto, pendiente de las últimas correcciones en la casa familiar de Casares en la Ciudad lineal de Madrid.

“Cuando al día siguiente de la terminación de la guerra en Madrid, me acercaba con el corazón encogido a lo que había sido mi hogar, aún se veían a derecha e izquierda del camino, como hojas secas de un otoño maldito mis pobre papeletas descoloridas y arrugadas….”

Casares materialmente arruinado, y con la terribles secuelas morales y familiares de la cruel guerra, se dio por vencido renunciando a la empresa del Diccionario.

Pero el editor Gustavo Gili, se presentó en Madrid y tras comentar que los fondos existentes en Barcelona se habían salvado, animó, ayudó  y convenció a Casares para terminar la obra. Tres años más tarde en noviembre de 1942, salía a la luz la primera edición tras veinticinco años de trabajo del autor,

La relación de afecto y amistad, que se estableció entre autor y editor, y la confianza mutua que permaneció constante, permitieron llevar a buen puerto el proyecto de esta obra única, que permanece viva al día de hoy.

 «En su momento se consideró una innovación tan grande en el lenguaje que era salirse del orden alfabético puro para hacer un diccionario conceptual que rompía con una serie de moldes«. 

50 aniversario de Julio Casares

por Radio Nacional “EL OJO CRÍTICO” | Entrevista a Eduardo Sierra Casares

Como se usa el Diccionario Ideológico

Según indicaciones del propio Julio Casares

Parte Sinóptica
La parte sinóptica establece una clasificación de 38 o más categorías y 2.000 grupos que reúnen en total más de 80.000 voces con las palabras más usuales del lenguaje. De este modo el vocabulario queda sistematizado en 38 categorías sobre los conocimientos humanos, que se subdividen en clases constituidas por grupos de vocablos conceptualmente homogéneos. Estas subdivisiones se reflejan en cuadros sinópticos correspondientes a las siguientes disciplinas:

  1. Religión

  2. Física y química

  3. Geografía, astronomía y meteorología
  4. Geología, mineralogía y minería
  5. 
Botánica
  6. 
Zoología
  7. 
Anatomía
  8. 
Fisiología

  9. Alimentación

  10. Vestido

  11.  Vivienda

  12. Medicina
  13. 
Sensibilidad

  14. Sentimiento
  15. 
Existencia y cambio

  16. Relación, orden y causalidad
  17. 
Espacio y geometría

  18.  Forma

  19. Movimiento
  20. Colocación

  21. Tiempo

  22. Cantidad

  23. Inteligencia

  24. Inicio, valoración
  25. Voluntad
  26. Conducta

  27.  Acción

  28. Comunicación de ideas y sentimientos
  29. Arte – Lenguaje

  30. Nación

  31. Costumbre

  32. Derecho y justicia

  33. Propiedad

  34. Milicia

  35. Comercio, banca, bolsa

  36. Agricultura

  37. Zootecnia

  38. Transportes

Casares señala que los cuadros que se refieren a ideas abstractas establece dos columnas para contraponer en ellas conceptos antagónicos, aunque no siempre se trata de términos antónimos sino de conceptos asociados, como por ejemplo, dulce, amargo, agrio, salado. Señala que esta parte es útil en ocasiones para llegar al término contrario más rápidamente o encontrar más posibilidades de términos relacionados que los que ofrece la parte analógica. La parte sinóptica se trata simplemente de un instrumento para localizar más rápidamente el término en cuestión y cuáles pueden ser los enunciados de sus grupos correspondientes. Por ejemplo, la palabra belleza pertenece al cuadro 24. ‘Juicio, valoración’, la cual aparece contrapuesta a fealdad y ridiculez y relacionada con vocablos como eleganciaestimación, o excelencia entre otros.

Parte Analógica
La parte analógica está formada por grupos de palabras afines ordenadas alfabéticamente por su epígrafe. Los grupos remiten a otros grupos afines. Pero los grupos no están sólo formados por sustantivos sino que caben también adjetivos, adverbios, verbos e incluso locuciones y frases proverbiales. La estructura de los grupos es la siguiente: primero aparecen los sustantivos y sus derivados, después los verbos, adjetivos, adverbios y modos adverbiales, preposiciones e interjecciones.

Cada grupo esta resaltado en mayúsculas con el término que lo encabeza. Debajo de él, en negritas se encuentran los términos asociados, algunos de los cuales contienen otros términos asociados a ellos, es decir, son a su vez, cabeza de grupo. Por ejemplo, consideremos el término arrepentimiento. Lo encontramos haciendo referencia a los grupos 14 y 26 de la parte sinóptica, es decir, pertenece al campo de los sentimientos y de la conducta. Debajo de él aparecen destacadas en negrita expresiones como: aflicción, penitencia, o desesperanza. A su vez, debajo de aflicción encontramos compunción; debajo debajo de penitencia, aparecen contricción, atricción, remordimimiento o escarabajeo; y relacionadas con desesperanza aparece en expresiones como gusano de la conciencia, acto de contricción, golpe de pechos, verbos como arrepentirse, dolerse, deplorar lamentar, y adjetivos como contrito o compungido, entre otros.

Parte Alfabética
Por último, la parte alfabética es un diccionario de la lengua que define las acepciones de las palabras y explica locuciones, modismos, frases y proverbios. Contiene 80.000 voces registradas que remiten al grupo o grupos analógicos correspondientes.

"El Casares" Historia de un diccionario (1915 - 1942)

Philippe Castellano
El análisis de la correspondencia de Julio Casares con su editor Gustau Gili Roig permite reconstruir las etapas esenciales de la génesis y de la realización material del Diccionario ideológico de la lengua española. Estas cartas indican en particular la deuda que tiene este diccionario con el sistema de «Clasificación Decimal Universal» y con la Comisión Internacional de Cooperación Intelectual instalada por la Sociedad de las Naciones en la que Julio Casares era delegado representante de España. Este epistolario permite también definir el papel fundamental del editor Gustau Gili Roig en el acompañamiento de la labor de Julio Casares y de sus colaboradores así como en las decisiones que afectan la tipografía y que harán de este diccionario una de las realizaciones más importantes de la lexicografía española.

El Diccionario ideológico de la lengua española de Julio Casares es uno de los pilares de la lexicografía de la lengua castellana y forma parte de las obras de consulta de todos los hispanistas. El texto que sigue, documentado a partir de la correspondencia del autor con su editor, Gustau Gili Roig, reconstruye las etapas esenciales de la génesis y la realización material de este histórico diccionario. Las dificultades intrínsecas a la complejidad de la obra y los innumerables obstáculos impuestos por la Guerra Cicil española acabaron convirtiendo su publicación – tras una incasable labor de más de veinte años – en una verdadera proeza editorial.Phillipie Castellano

Phillipie Castellano

El autor y el editor. Julio Casares y Gustau Gili Roig
El Casares, como se le designa de modo familiar, es una obra de referencia en todas las bibliotecas y forma parte de las obras de consulta de todos los hispanistas ; buena prueba de ello es que en Francia, por ejemplo, durante las pruebas orales para presentar la oposición al profesorado de español, la única ayuda que se les otorga a los candidatos es este diccionario.

Aunque el prólogo redactado por el autor ofrece algunas indicaciones sobre la génesis de la obra, ha parecido interesante aportar nuevos datos para tratar de reconstruir el proceso de su realización, desde las primeras propuestas de Julio Casares hasta la publicación de la primera edición en 1942 por la Editorial Gustavo Gili.[1]

El autor

Julio Casares Sánchez nace en Granada en 1877 ; pronto se muestra virtuoso del violín y a los nueve años da un concierto en el Teatro Principal de Granada. Luego estudia derecho en Madrid y, al mismo tiempo, cursa la carrera de violín. En 1906 empieza, como violinista, a formar parte de la orquesta del Teatro Real pero, deseoso de estabilidad económica, abandona ese puesto para ingresar por oposición en el Ministerio de Estado, en la oficina de Interpretación de Lenguas. Llega a hablar y traducir dieciocho idiomas ; se muestra interesado por las lenguas orientales y le nombran agregado cultural en la embajada de España en Tokio. De regreso a Madrid, además de su trabajo en el Ministerio, desarrolla una importante labor de crítico, redacta ensayos y artículos relacionados con la vida literaria. En 1921 se le nombra delegado de España en la Sociedad de las Naciones (SdN), que tenía su sede en Ginebra, y es elegido a la Real Academia Española (RAE) por su labor lexicográfica.[2] Se pueden situar en 1915 los primeros tanteos y el principio de sus investigaciones sobre un nuevo modelo de diccionario,[3] que presentará más tarde, en su discurso de recepción en la RAE pronunciado el 8 de mayo de 1921.

El proyecto de diccionario analógico-alfabético

En este discurso, titulado «Nuevo concepto del Diccionario de la Lengua», Julio Casares presenta una demostración en cuatro etapas :

  • el concepto de diccionario y la crítica del orden alfabético,
  • el diccionario y la psicología del lenguaje,
  • métodos de clasificación existentes,
  • la Real Academia y el Diccionario analógico.

Así empieza, sin rodeos, la defensa de su proyecto:[4] «Voy a hablaros del diccionario por ideas, base a mi juicio de los futuros diccionarios de la lengua», y recuerda las distintas catalogaciones de palabras que han existido : ideológica, gráfica, fonética. Luego pasa a enumerar los distintos tipos de diccionarios posibles (por raíces, fonéticos, alfabéticos) para concluir esta parte diciendo : «La única base, pues, de toda catalogación alfabética está en el valor ordinal que hemos concedido a las letras a consecuencia de haber respetado, como cosa sagrada, su respectiva posición dentro de la serie. […] El orden alfabético es un arbitrio ingenioso, pero no es un criterio racional.»

La segunda parte presenta una serie de experimentos que Julio Casares ha llevado a cabo con diez sujetos voluntarios para determinar primero la velocidad con la que éstos pueden nombrar distintas series de objetos y luego el tiempo de comprensión del significado de una serie de palabras. En su interpretación Julio Casares saca estas conclusiones :

«Ateniéndonos, pues, a los experimentos y observaciones que preceden, creo que podemos dar por sentado que el paso del vocablo a la idea se efectúa ordinariamente de modo fácil y seguro, y que, en cambio, la evocación de la palabra por la idea es siempre más difícil y a menudo premiosa, intermitente y hasta nula […] ¿Qué se deduce de aquí en relación con la lexicografía? Se deduce, a mi entender, que el auxilio más eficaz que esta ciencia puede prestar al lenguaje consistirá en equilibrar, cuando menos, las dos fases del proceso, favoreciendo la función activa, que, con ser la más importante es la más torpe, allanando o supliendo los caminos que van desde la idea a la expresión verbal, resolviendo, para decirlo de una vez, el problema inverso del que hasta ahora han venido proponiéndose los diccionarios. […] Lo verdaderamente necesario, lo que todos echamos menos a cada paso, es un procedimiento mediante el cual se faciliten las operaciones activas del lenguaje, algo que, cuando llegue el caso, nos ayude a hablar, a escribir y también a pensar.»

Y más adelante afirma, sin temor a chocar a los miembros de la histórica institución :

«Porque en el vocabulario oficial, como en todos los compilados por el mismo sistema, para poder buscar una palabra hay que empezar por haberla encontrado. Reconozcamos que este modo de inventariar el léxico está muy lejos de ser satisfactorio y que va siendo ya hora de acometer derechamente, sin pararse en viejas rutinas, ni siquiera en tradiciones respetables, la catalogación metódica, sistemática, racional de las palabras, redimiendo de una vez a la lexicografía de la tiránica y estéril arbitrariedad del orden alfabético.»

La tercera parte es una recopilación de los repertorios de voces ideológicamente ordenadas que se han publicado desde la Antigüedad hasta la época moderna, insistiendo sobre dos precursores europeos. El primero, a quien citará todavía 20 años más tarde en el Prólogo de su propio diccionario, es Peter Mark Roget con su Thesaurus of English words and phrases classified and arranged so as to facilitate the expression of ideas and assist in literary composition, London, Spottiswoode and Co, 1852.[5] El segundo, a quien Julio Casares citará igualmente en su Prólogo, es Prudence Boissière con su Dictionnaire analogique de la langue française : répertoire complet des mots par les idées et des idées par les mots, Paris, Auguste Boyer et Cie, Imprimerie Pierre Larousse, 1862.[6]

Luego pasa revista a los autores españoles que se esforzaron por clasificar el léxico castellano según los nuevos criterios que se habían aplicado a las lenguas inglesa y francesa. El primer esbozo fue el de José Ruiz León, Inventario de la lengua castellana : índice ideológico del Diccionario de la Academia por cuyo medio se hallarán los vocablos ignorados u olvidados que se necesitan para hablar o escribir en castellano. Verbos, Madrid, Leocadio López Editor, Imprenta de T. Fortanet, 1879.[7] El segundo intento fue el de Eduardo Benot, gramático y lexicógrafo miembro de la RAE,[8] con su Diccionario de ideas afines y elementos de tecnología, compuesto por una sociedad de literatos, bajo la dirección de D. Eduardo Benot, de la Academia Española, Madrid, Mariano Núñez Samper, Imprenta de Pedro Núñez, 1899.[9]

Julio Casares, tras criticar las insuficiencias de estas dos tentativas, pasa por alto el tercer intento que llevaron a cabo Enrique Gómez Carrillo[10] y Alfonso de Sola con su Diccionario ideológico para facilitar el trabajo literario y enriquecer el estilo, Madrid, Renacimiento, 1910 ; en cambio recuerda, en el terreno teórico, un discurso de Francisco Cutanda, leído en la sesión inaugural de 1869 de la RAE, que versa sobre «Posibilidad y utilidad de clasificar metódicamente las palabras de un idioma». Luego analiza los sistemas de clasificación de Peter Mark Roget y Prudence Boissière apuntando los fallos de uno y otro. En ese momento, Julio Casares no tiene una solución definitiva pero sí sabe cómo no ha de ser la clasificación del vocabulario.

En la cuarta parte, trata de convencer a los Académicos de la utilidad científica así como de las ventajas prácticas de la clasificación:

«Pretendo persuadiros – y hablo con la irresponsabilidad de quien aún no se honró compartiendo vuestras tareas, pero con la fe y la vehemencia que nacen del profundo convencimiento – de que la obra más útil que hoy puede acometer la Real Academia Española, la más urgente para el adelantamiento de vuestra labor lexicográfica, y la más fecunda, a la par, en resultados beneficiosos para el encumbramiento de la lengua viva, es la de formar sin demora el inventario analógico del vocabulario castellano. Porque después de recoger, y aun de limpiar y fijar con todo esmero el caudal léxico del idioma, todavía queda por hacer algo que es, a mi juicio, lo más difícil y también lo más importante : administrar acertadamente ese caudal, convertirlo en riqueza fértil, procurar que cada nueva palabra definida sea no sólo un artículo más que va a sepultarse en las páginas de un infolio, sino una realidad viviente incorporada al comercio de las ideas y a los medios de comunicación del pensamiento ; poner, por fin, en circulación y beneficiar, para el mayor esplendor de la lengua, todas sus preciadas conquistas, desde las galas candorosas de los primeros tiempos hasta el más atrevido y recién acuñado de los neologismos de buena ley.»

No vacila en afirmar : «El vocabulario alfabético no logrará su máxima eficacia hasta que se convierta en complemento del futuro diccionario metódico.»

En su contestación, Antonio Maura Montaner, director de la RAE, expresa reticencias basadas primero sobre el uso mayoritario de este tipo de obra : «Si el diccionario tan sólo hubiese de servir para empleos que, abreviadamente, denominaré eruditos, en oposición al uso vulgar, poco discreparía mi parecer del que acabamos de oír». Luego funda sus objeciones sobre la dificultad de seguir el plan de clasificación, siempre subjetivo, adoptado por un lexicógrafo para acabar mostrando que uno y otro diccionario deben ser complementarios : «Venimos a parar, por fin de cuentas, en que la agrupación de las palabras según analogía de conceptos, tan sólo será útil y manejable, valiéndonos del diccionario alfabético. Por lo tanto éste, lejos de quedar eliminado, arrumbado, ni postergado, ensanchará todavía sus beneficios cuando, a su propia sombra, aparezca la catalogación analógica.» La ausencia de propuesta precisa por parte de Julio Casares le permite a Antonio Maura insistir sobre lo imprevisible que es la lengua, difícilmente abarcable en un diccionario regido por un plan de distribución basado únicamente sobre analogía de conceptos.

Tras su discurso de argumentos contundentes, Julio Casares trata de convencer a otros académicos para que colaboren en la redacción de un diccionario ideológico equivalente, para el idioma castellano, de lo que poseen los idiomas inglés y francés ; sus colegas se niegan a cambiar la técnica tradicional de revisión del diccionario que hubiera exigido elaborar una nueva metodología. Frente a esta situación, Julio Casares decide redactar solo su diccionario y se compromete con la Casa Editorial Saturnino Calleja Fernández para editarlo ; esta decisión es lógica puesto que los vínculos entre la editorial y el académico son fuertes.[11] Sin embargo a principios de 1925, a pesar de la publicación de su Novísimo diccionario francés-español y español-francés, las relaciones entre autor y editor se vuelven difíciles ; frente a las solicitudes de Julio Casares que pide aplazamientos para acabar de redactar su manuscrito del nuevo diccionario, el Consejo Director de la editorial decide no ampliar el crédito concedido. Paralelamente a este proceso de separación, Julio Casares entra en contacto con el editor barcelonés Gustau Gili Roig,[12] interesado por su proyecto de diccionario.

El editor

Gustau Gili Roig nace en 1868 ; es hijo de Joan Gili Montblanch que había fundado en Barcelona en 1891 la casa Juan Gili Editor para popularizar en lengua castellana las obras más notables de la literatura católica. Tres hijos van a seguir en el mismo ramo : María Dolors Gili Roig pasa a dirigir la editorial paterna tras la muerte del fundador en 1905, el hijo menor Lluís Gili Roig funda en 1907 su propia editorial, Luis Gili Editor, y Gustau Gili Roig, después de una tentativa comercial en Filipinas, funda en diciembre de 1902 la Editorial Gustavo Gili.[13]

En los catálogos de la primera etapa de esta editorial dominan las obras de religión y luego los títulos de obras técnicas y científicas constituirán lo esencial de la producción. El contenido así como la clasificación del catálogo de 1930, con 438 títulos, son bastante significativos de esta evolución : Matemáticas y Topografía 8, Dibujo y Fotografía 10, Biblioteca de artes industriales 5, Bellas Artes 13, Arquitectura, Construcción y Minería 15, Mecánica y Tecnología mecánica 23, Electricidad 15, Ciencias físicas y naturales 22, Química e industrias químicas 24, Agricultura, Zootecnia e Industrias agrícolas 20, Medicina, Farmacia y Veterinaria 20, Economía doméstica 6, Comercio, Hacienda y Organización industrial 12, Lenguas 2, Colección Selecta Internacional 48, Biblioteca Emporium 29, Aventuras de Tarzán 11, Viajes y aventuras de Karl May (2 colecciones), Miscelánea 20, Obras de educación 15, Historia y Filosofía 4, Obras completas de Balmes (33 vol.), Sociología y Política 7, Teología, Derecho canónico y Apologética 11, Ascética y Mística 27, Obras del autor de los Avisos particulares 7, Devociones varias 11, Exegética, Liturgia y Música 12, Libros escolares 6.

Frente a la variedad de colecciones y riqueza de los títulos (que señalan el peso decisivo de las traducciones del alemán, del francés y del inglés) la parte lexicográfica es reducida, sólo comporta seis Diccionarios de bolsillo (Inglés-Español, Español-Inglés, Francés-Español, Español-Francés, Alemán-Español, Español-Alemán) que constituyen la Colección Feller ; son volúmenes de 500 páginas, encuadernados en tela flexible. Esta colección ya aparecía en el catálogo de 1907 que, además, señalaba una novedad : el Nuevo Diccionario enciclopédico ilustrado de la lengua castellana por Miguel de Toro y Gómez,[14] un volumen de 1.036 páginas con todas las voces que figuraban en la última edición (1899) del diccionario de la RAE, encuadernado en tela inglesa, 8 ptas, coedición de Armand Colin y Editorial Gustavo Gili.

En el catálogo de 1925 ha desaparecido la obra de Miguel de Toro y Gómez, sólo quedan los Diccionarios de bolsillo, que seguirán figurando en los catálogos de 1933 y 1936. Semejante debilidad en una producción que, por lo demás, ofrece una visión amplia de los conocimientos del momento y aborda numerosas temáticas, puede explicar el interés de Gustau Gili Roig por dotar su editorial de un producto lexicográfico original que pueda competir con la calidad de sus ediciones científicas y técnicas. Aunque la editorial se ha consolidado como una de las empresas fuertes del ramo y el mundo del Libro de Barcelona ha reconocido la labor de Gustau Gili Roig eligiéndolo como presidente del Institut Català de les Arts del Llibre para el bienio 1918/1919, la presencia de un diccionario de la lengua en el catálogo permite consolidar el balance ya que, a diferencia de los demás títulos que se pueden considerar como prototipos de venta no asegurada, las sucesivas tiradas de un diccionario compensan con creces la inversión inicial.

La gestación del Diccionario ideológico
En mayo de 1925 Rafael Calleja empieza a discutir con Julio Casares el procedimiento de liquidación para que, mediante la restitución de las sumas adelantadas por la editorial, el autor pueda recuperar la propiedad de su obra. Sin embargo, se nota que esta actitud no refleja la unanimidad de los directivos de la editorial ya que en junio Saturnino Calleja, fundador de la editorial, convencido de lo importante que es para sus planes editoriales disponer de un diccionario de la lengua en su catálogo, procura evitar la ruptura. Ésta le parece inevitable a Julio Casares que se niega a renovar el contrato y quiere una liquidación definitiva con plena recuperación de sus derechos sobre el original que ha empezado a redactar.[15]

A continuación Julio Casares y Gustau Gili Roig firman el 18 de enero de 1926 un contrato de edición en el que el lexicógrafo cede todos los derechos de propiedad literaria del Diccionario analógico-alfabético, al que se refiere en su discurso de entrada en la RAE, al editor Gustau Gili Roi ; éste tiene que abonar el importe de la liquidación, que suma 23.000 ptas,[16] y luego se compromete a facilitarle a Julio Casares los medios necesarios, que se estiman en 12.000 ptas, para reorganizar su trabajo y el de sus colaboradores de tal modo que la redacción del diccionario pueda acabarse en un plazo máximo de dos años. Al cabo de este plazo, Julio Casares entregará la parte analógica; la labor de acomodación de la parte alfabética vendrá después a medida que se vaya imprimiendo la primera.[17] En la misma carta del 8 de diciembre de 1925, se cita el primer material con el que trabajó Julio Casares y que forma parte de la liquidación entregada a Saturnino Calleja: dos ejemplares del Diccionario de la RAE, tres del Diccionario de la Lengua Española de José Alemany Bolufer, editado en Barcelona por Ramón Sopena en 1917,[18] y varios fascículos del Repertorio del Instituto Internacional de Bibliografía de Bruselas. Si los dos primeros títulos muestran simplemente que Julio Casares se basa en los mejores diccionarios del momento para abarcar prácticamente la totalidad del léxico disponible, en cambio el tercer título es una indicación muy valiosa sobre la génesis del Diccionario ideológico.

El Instituto Internacional de Bibliografía, creado en 1895 por Henri Lafontaine y Paul Otlet, tiene como meta facilitar la cooperación internacional entre bibliotecas y bibliotecarios. Los dos fundadores quieren mejorar el proyecto de «Clasificación Decimal» ideado por Melvil Dewey en 1876 en su obra Classification and subject index for cataloguing and arranging the books and pamphlets in library ; van a utilizar las clases, divisiones y subdivisiones imaginadas por Dewey hasta crear la «Clasificación Decimal Universal» (CDU). Esta CDU va a facilitar la redacción de un Repertorio Bibliográfico Universal, la herramienta con la que los bibliotecarios más dinámicos van a reorganizar los fondos de las entidades que dirigen para facilitar el acceso y el uso de los lectores. En 1924 el Instituto Internacional de Bibliografía se estructura en una Federación que agrupa a cinco países : Bélgica, Francia, Alemania, Holanda, Suiza. El Repertorio Bibliográfico Universal interesa a Julio Casares para elaborar la parte sinóptica como una estructura en la que van a caber todas las nociones necesarias para introducir los términos del léxico, de la misma manera que se introducen los títulos de los libros en las divisiones y subdivisiones de los catálogos basados sobre la CDU.

De manera premonitoria, en su discurso de ingreso en la RAE leído en 1921, Julio Casares había utilizado la metáfora del bibliotecario para dar a entender qué era lo que esperaba de un diccionario analógico :

«Y para esto hay que crear, junto al actual registro por abecé, archivo hermético y desarticulado, el diccionario orgánico, viviente, sugeridor de imágenes y asociaciones, donde al conjuro de la idea se ofrezcan en tropel las voces, seguidas del utilísimo cortejo de sinonimias, analogías, antítesis y referencias ; un diccionario comparable a esos bibliotecarios solícitos, que, poniendo a contribución el índice de materias, abren camino al lector más desorientado, le muestran perspectivas infinitas y le alumbran fuentes de información inagotables. Quédese para el repertorio alfabético el papel del empleado subalterno, sin criterio ni iniciativa, que os entregará automáticamente el libro deseado si le facilitáis la signatura exacta. No le pidáis más, porque nada más puede daros.»

En 1921 Julio Casares confesaba ante la RAE que no tenía un plan de clasificación del vocabulario; su nombramiento ese mismo año como delegado de España en la SdN va a permitirle descubrir concretamente la CDU utilizada para establecer normas en la presentación de los múltiples documentos, informes, estudios, que se multiplican en la entidad instalada en Ginebra. Este problema de clasificación se vuelve tan apremiante que la SdN decide crear en su seno en 1922 una Comisión Internacional de Cooperación Intelectual encargada de organizar internacionalmente la documentación científica y, particularmente, la bibliografía. Julio Casares forma parte de dicha Comisión, junto con el belga J. Destree y el inglés G. Murray, y la resolución sobre «los medios más eficaces para llegar al acercamiento intelectual de los pueblos» aprobada por la Asamblea de la SdN el 29 de julio de 1925 lleva el nombre de «proposición Casares»; propone una revisión de los libros de texto para favorecer una enseñanza de la historia que muestre la interdependencia de las naciones. Una muestra suplementaria del interés que siente Julio Casares por el tema es la conferencia que pronunciará ante la Asamblea Pedagógica de los maestros españoles, reunida en el salón de la Real Academia de Jurisprudencia el 23 de abril de 1928, que versa precisamente sobre Cooperación Intelectual.[19] El proyecto de organización racional del léxico que construye para su Diccionario ideológico (Parte sinóptica y Parte analógica) se sitúa entonces muy claramente en el movimiento que creó la CDU para facilitar el acceso del mayor número posible de lectores a todos los documentos escritos, como lo afirmaba en dicha conferencia : «Es, en efecto, de suma importancia que la persona que en cualquier parte del mundo se consagra al estudio de una materia o a la resolución de un problema, pueda saber en todo instante qué es lo que ya se ha hecho, qué es lo que falta por hacer, cuáles son las últimas publicaciones o los más recientes descubrimientos y quiénes son los investigadores que, en un momento dado, trabajan en determinado sentido».[20]

A partir de la firma del contrato entre autor y editor, en enero de 1926, Gustau Gili Roig manda mensualidades de 500 ptas ; esta suma servirá para pagar a los colaboradores de Julio Casares, «gente modesta que siempre aguarda con ansiedad el fin de cada mes».[21] Los gastos de edición del diccionario correrán a cargo del editor que abonará a Julio Casares 20.000 ptas de derechos de autor por la primera edición cuya cifra de tirada será en principio de 20.000 ejemplares. Además de este contrato, las relaciones con la editorial de Gustau Gili Roig se completan con otra labor puesto que la señora de Casares traduce del alemán[22] una obra de Karl May.[23]

Redacción y pruebas tipográficas

A principios de 1928, al tener informaciones sobre el avance de la obra, la RAE trata de obtener que el futuro Diccionario ideológico sea editado como una de sus publicaciones pero a Julio Casares le parece «demasiado tarde para volver sobre el asunto»[24] y, durante ese mismo año, entrega parte del manuscrito de la parte analógica para que se mande componer con varios tipos de imprenta y así se puedan comparar los distintos resultados. El lexicógrafo confía en la experiencia del editor Gustau Gili Roig para estos primeros ensayos en los que habrá que elegir los tipos de imprenta y apreciar el aspecto estético de las páginas cuya dimensión (15×23 cm) ya se fija en ese momento. Al pasar a esa etapa, Gustau Gili Roig y Julio Casares deciden que la parte alfabética tendrá que ser equivalente en extensión al Diccionario manual e ilustrado de la lengua española de la RAE y que la obra constará de 1.200 a 1.500 páginas ; los caracteres y la caja de impresión habrán de adaptarse a esos límites buscando siempre la composición que resulte más legible. Es indispensable llevar a cabo todas estas pruebas preliminares para calcular el coste de edición, etapa crucial para el editor antes de tomar la decisión de imprimir la obra.[25]

A principios del mes de octubre de 1930, Gustau Gili Roig le propone a Julio Casares que pase por Barcelona al regresar de una misión en Ginebra en la SdN para examinar varias pruebas de imprenta que se han preparado para cada parte del Diccionario ideológico. Después Gustau Gili Roig tiene previsto ir a París primero y luego a Alemania durante tres semanas ; de modo que si se plantean problemas técnicos en estos ensayos, allí podrá encontrar soluciones para los tipos de imprenta y el material necesarios para la composición del Diccionario.[26]

Con vistas a estos ensayos, Julio Casares propone que en la parte alfabética cada palabra que sirve de clave de referencia lleve un asterisco ; en el original lo indica con una rayita roja destinada al cajista. Para la parte analógica propone que se hagan composiciones con cuatro columnas y otras con cinco para apreciar el aspecto tipográfico ; por otra parte, recuerda que en cada lista de palabras unas cuantas aparecerán en cursiva o en negrilla para indicar que son las cabezas de otros grupos a los cuales conviene referirse.[27]

Tras diversas experimentaciones, Gustau Gili Roig saca las conclusiones destinadas a la composición de las futuras páginas. En la parte analógica, las palabras cabeza de grupo irán en negritas minúsculas y centradas, acompañadas de una cifra que remite a la parte sinóptica. Las palabras que, dentro de un grupo, remiten a otro, irán en negritas minúsculas sin centrar. En la parte alfabética, la palabra inicial irá en negrita minúscula y el texto del párrafo sangrado.[28] Las indicaciones de tecnicismo irán en cursiva, las voces derivadas de la principal en negritas ; las indicaciones masculino, femenino, etc, en redondo. Por otra parte, durante estas pruebas, se toma nota minuciosa del tiempo empleado por el cajista con vistas a calcular el coste preciso de la parte tipográfica de la futura obra.[29]

Todos estos elementos técnicos nos remiten a un hecho importante en la vida de la editorial: a diferencia de otras casas de Barcelona como Espasa, Salvat, Montaner y Simón, Seguí o Sopena, Gustau Gili Roig ha optado por prescindir de imprenta; sin embargo, la preparación y luego la impresión de un diccionario exige poder disponer de un taller para controlar la calidad del trabajo tipográfico y luego asegurar una producción regular de pliegos sin la interferencia de otros trabajos. A medida que se va acercando la entrega de su manuscrito, Julio Casares obliga al editor a imaginar otro sistema en el que la elaboración del Diccionario ideológico estructura el funcionamiento de la empresa. El primer intento de Gustau Gili Roig para adueñarse de un taller se deja vislumbrar en una tasación, fechada el 8 de abril de 1931, de los bienes sociales de La Tipográfica, sociedad en comandita de J. Prous que realiza trabajos de imprenta para la editorial.[30] Al parecer, la suma final le parece exagerada al editor ya que se propone el 12 de agosto de 1931 una nueva estimación.[31] La compra no se lleva a cabo pero la necesidad de disponer de un taller tipográfico que pueda dedicarse únicamente a la tarea de imprimir el Diccionario sigue vigente.

En junio de 1931 Julio Casares se encuentra nuevamente en misión en la SdN en Ginebra; Gustau Gili Roig ha preparado los materiales tipográficos para poder imprimir la parte analógica y alfabética, sin embargo, la situación política española y las numerosas interrupciones de trabajo en diversos sectores económicos le han impedido mandar los giros mensuales de 500 ptas.[32]

En mayo de 1932 Gustau Gili Roig le pide a Julio Casares que le entregue cuanto antes el original completo del diccionario para que pueda determinar la cantidad de kilos de caracteres tipográficos que ha de comprar así como la proporción de las distintas pólizas que van a utilizarse. Estos cálculos previos son indispensables para evitar que luego el trabajo de los cajistas se paralice por falta de letras disponibles en el taller tipográfico ; en efecto, la fundición necesita un plazo de un mes para entregar 500 kilos de caracteres.[33] Julio Casares manda entonces el manuscrito de las letras A a H inclusive, que representa la mitad de la parte alfabética y permite llevar a cabo los cálculos de pólizas. La parte analógica está terminada y se ofrecen dos soluciones : esperar a que se acabe de imprimir la alfabética (10 o 12 meses) o componerla para corregir las galeradas mientras se va imprimiendo la alfabética. La parte sinóptica representa escaso material tipográfico y se trata de pocas páginas.[34]

En julio empieza la composición de las primeras páginas de la parte alfabética y se reanudan los giros mensuales de 500 ptas. Julio Casares corrige las 16 primeras galeradas de prueba y sugiere que se use un signo indicador para el caso de las palabras iniciales de un artículo que van precedidas de un asterisco de remisión y que contienen varias acepciones ; es necesario indicar a cual de éstas corresponde la remisión a la parte analógica. Para estos casos propone que se utilice una flechita y cita el ejemplo de *abonar o de *abono ; la flechita permite indicar que la remisión se refiere al abono para la tierra y no al abono al teléfono.[35]

En agosto y septiembre Julio Casares va recibiendo nuevas galeradas y el primer pliego compaginado ; Gustau Gili Roig propone que antes de lanzar la impresión se examine una tercera prueba compaginada para contrastar todas las correcciones hechas anteriormente y que desaparezcan todas las posibles erratas en esta nueva lectura y así tratar de obtener un producto perfecto. Además, la composición de las primeras galeradas le permite echar cálculos para determinar la dimensión final de la obra. Las primeras 16 páginas equivalen a 30 páginas del Diccionario manual e ilustrado de la lengua española de la RAE, entonces las 2.100 páginas de éste se reducirán a 1.073 páginas a las cuales habrá que añadir 160 páginas para la parte sinóptica, 362 para la parte analógica, 16 de portada, abreviaturas y prólogo y 37 en previsión de la extensión posible de una sección ; son en total 1.648 páginas, es decir 103 pliegos de 16 páginas.[36]

En diciembre de 1932 se procede a la impresión de los dos primeros pliegos de la parte alfabética, definitivamente corregidos. En ese momento Gustau Gili Roig empieza a evocar la difusión de la obra y baraja distintas posibilidades. El precio no puede ser inferior a 40 ptas porque la primera edición viene gravada con 35.000 ptas de gastos de redacción y 20.000 ptas de derechos de autor ; necesita entonces una tirada de 20.000 ejemplares como mínimo y teme que sea excesiva para el posible público de compradores. Ha discutido del asunto con Gabriel Maura Gamazo, que le propone publicar la obra como diccionario de la RAE ; sin embargo es la editorial Espasa-Calpe la que administra la venta de los diccionarios de la Academia.[37] Si Julio Casares aceptase considerarse amparado por la Academia, se podría negociar un contrato comercial proponiendo la entrega a Espasa-Calpe de 10.000 ejemplares con 40% de descuento para que organizara su venta.[38]

A lo largo de los años 1933 y 1934 sigue el proceso de composición en Barcelona, el de corrección de galeradas y pliegos compaginados en Madrid o en Ginebra adonde Julio Casares tiene que trasladarse periódicamente para las sesiones de la SdN. Gustau Gili Roig sigue mandando las remesas mensuales de 500 ptas que le permiten a Julio Casares adquirir a plazos un cochecito para desplazarse desde su casa en la Ciudad Lineal hasta el centro de Madrid. En enero de 1935 Gustau Gili Roig indica que la composición de la parte alfabética se está acabando y necesita el manuscrito de la parte analógica porque no le conviene despedir a los tres cajistas que han trabajado sin interrupción en la obra y ya son expertos.[39] Esta última indicación remite nuevamente al problema ya señalado de la imprenta ; los cajistas evocados por Gustau Gili Roig trabajan en los talleres de la Sociedad Alianza de Artes Gráficas (SADAG) de los impresores Juan Guinart y Manuel Pujolar. En una factura del 28 de febrero de 1935 aparece el detalle de dos trabajos hechos para la Editorial Gustavo Gili: 88 pliegos del Manual del Ingeniero de H. Utte y 54 pliegos del Diccionario ideológico de Julio Casares.[40] La perspectiva de tener que compaginar composición e impresión del diccionario explica la constitución de la sociedad «Guinart, Pujolar, Trochut y Cía, sociedad en comandita»[41] el 9 de mayo de 1935. Aunque no aparezca su nombre, Gustau Gili Roig es el socio comanditario de esta sociedad, los tres impresores Juan Guinart Socias, Manuel Pujolar Castells, Esteban Trochut Bachmann y su hijo Gustau Gili Esteve son los socios colectivos; el objeto de la empresa serán los negocios de imprenta, de encuadernación, todos los llamados de Artes Gráficas. El capital de 400.000 ptas se compone de las aportaciones en metálico de Juan Guinart (100.000 ptas), Manuel Pujolar (100.000 ptas), Esteban Trochut (50.000 ptas)[42], Gustau Gili Roig (25.000 ptas), Gustau Gili Esteve (25.000 ptas). Las 100.000 ptas restantes representan el importe de las máquinas y del material[43] entregados por Gustau Gili Roig a la sociedad y ningún socio colectivo podrá tener un capital superior a las 125.000 ptas que él aporta. Cada inventario-balance anual tendrá que comportar amortizaciones: 8% del valor original de la maquinaria, 10% del mobiliario, 20% del montaje e instalación de las máquinas, 15% de los caracteres de imprenta y material tipográfico. La repartición de los beneficios atribuye 35% a Gustau Gili Roig y 65% a repartir entre los cuatro socios colectivos en proporción al capital aportado; en cuanto a las eventuales pérdidas se repartirán así: 20% para Gustau Gili Roig, 25% para cada impresor, 5% para Gustau Gili Esteve. Todos estos elementos constitutivos indican claramente que Gustau Gili Roig es el verdadero dueño del taller tipográfico que necesita para llevar a cabo la impresión del Diccionario ideológico.[44]

Es entonces cuando Julio Casares le recuerda a Gustau Gili Roig que se eligió empezar la impresión por el final, la parte alfabética, para poder repercutir luego en la parte analógica las adiciones, supresiones, correcciones, asteriscos y flechitas de remisión. La parte analógica está terminada pero ya son más de 4.000 modificaciones las que habrá que introducir y Julio Casares calcula que se tendrán que invertir dos meses en esta labor. Para no interrumpir la labor de los cajistas propone trabajar sobre las galeradas de la parte analógica que deberán contener una sola columna de palabras pertenecientes a un solo grupo, con amplios márgenes para poder incluir las adiciones ya preparadas.[45] Esta solución le conviene al editor a quien le urge poner a la venta una obra en la que lleva invertidas ya más de 200.000 ptas que le hacen suma falta.[46]

A principios de 1936 Julio Casares manda el manuscrito de la parte analógica y examina las primeras pruebas tipográficas que le propone Gustau Gili Esteve ya que su padre, Gustau Gili Roig, ha caído gravemente enfermo y tendrá que ir a Mallorca para su convalecencia que lo alejará del trabajo de la editorial durante varios meses. Entre las planas a 4 o 5 columnas, Julio Casares prefiere la segunda muestra por la mejor distribución de los blancos ; también rechaza el tipo propuesto para las cabezas de grupo y pide más espacio entre la cabeza de cada grupo y la última línea del grupo anterior. Todas estas anotaciones las presenta para «dar al lector facilidad para seguir el orden alfabético de las cabezas sin que lo distraigan otras líneas gruesas».[47] Es el momento en que la RAE lo elige como secretario perpetuo.

 

La Guerra Civil y el Diccionario ideológico
Los trabajos de preparación y corrección de las galeradas han seguido después del pronunciamiento del 18 de julio de 1936 ; el 12 de agosto se le manda a Julio Casares las galeradas hasta el n°799, cuando se han previsto 2.321 para la parte analógica. Los acontecimientos sorprenden a Julio Casares y a su familia en una casita de campo en la que estaban veraneando ; de allí tienen que salir corriendo, abandonando las galeradas 539 a 644 que estaba corrigiendo y las listas de adiciones que les correspondían. Volver a componer galeradas y listas significaría dos meses de trabajo y espera que las cosas se normalizarán para recuperar el material.[48] La novedad del momento es también que los obreros de la imprenta han obtenido 17 días de vacaciones pagadas ; van a regresar al taller pero, por la situación de guerra, no tienen más trabajo que la composición del Diccionario.[49]

En diciembre se le han mandado a Julio Casares las galeradas hasta el n°1.784 y Gustau Gili Roig calcula que la composición para la parte analógica se acabará a mediados de febrero. A pesar de las circunstancias, el editor quiere acabar para poner el Diccionario a la venta lo antes posible y recuperar parte del dinero invertido.[50] La visión de los acontecimientos es muy distinta en Madrid donde Julio Casares ha tratado de poner a salvo de los destrozos posibles el original, como lo han hecho para sus propios trabajos Menéndez Pidal, Américo Castro y otros intelectuales.[51] En vista de la inseguridad en el transporte de correo, Gustau Gili Roig manda a un hombre de confianza a Madrid con las galeradas hasta el n°2.115 y le propone a Julio Casares que se traslade con su familia a Barcelona para acabar con más seguridad el trabajo sobre el Diccionario. La propuesta llega demasiado tarde : Julio Casares ha tenido que huir con su familia, abandonando su casa de la Ciudad Lineal que ha sido desvalijada ; allí se encontraba el manuscrito de la parte sinóptica y no sabe si esos documentos han sido destruidos o si podrá recuperarlos. Además, toda la labor de corrección de las galeradas recae sobre él ya que no puede disponer de sus antiguos colaboradores que conocían perfectamente el mecanismo de la obra, en particular para comprobar que las listas de palabras de la parte analógica tienen su correspondencia en la parte alfabética.[52] El editor manda entonces a Madrid a Pedro Marín, del consejo de SADAG, con una carta del personal de la imprenta y otra del Comité de control obrero de la Editorial Gustavo Gili, avalada con sellos de la C.N.T. y de la U.G.T., «para ver si se logra que el camarada Víctor entregue esos originales» que se encuentran en la casa de la Ciudad Lineal.[53] Tras varios días de búsqueda en el desorden de lo que fue el despacho y biblioteca del lexicógrafo, Pedro Marín logra dar con unos elementos de la parte sinóptica pero Julio Casares se encuentra incapaz de seguir el trabajo de corrección, agobiado por problemas materiales, arruinado y en la imposibilidad de volver a su casa. Sólo puede repetirle a Gustau Gili Roig lo que ya le dijo en años anteriores :

«Desgraciadamente para usted, y para mí, no se trata de un diccionario corriente cuyo original se acaba con la última palabra de la Z. Luchamos con una obra especial, que se empieza a imprimir por el índice (parte alfabética) y se termina con la introducción (cuadros sinópticos). Todo retoque (inevitable para la perfección de la obra) se refleja en las tres partes del diccionario. Si, por ejemplo, procede refundir en un solo grupo los dos de «base» y «fundamento», esta refundición repercute en el cuadro correspondiente. Es pues imposible determinar concretamente como usted me pide, lo que falta para terminar la obra.[54]»

En mayo de 1937 el editor decide interrumpir el trabajo sobre el Diccionario porque Julio Casares no puede reanudar su trabajo de corrección de las pruebas ; ha sido expulsado del Ministerio por desafecto, también ha perdido su puesto de secretario perpetuo de la RAE. Ha tenido que llevar a su hijo mayor a la cárcel para evitar que sea asesinado y ha conseguido meter a los otros dos hijos en una embajada ; como tiene que alimentarlos, no puede moverse de Madrid, a pesar de los ofrecimientos reiterados de Gustau Gili Roig, y vive en una casa medio destrozada por los bombardeos de la aviación franquista. Su preocupación es poner a salvo lo que queda del Diccionario ; para eso ha intentado primero poner el material en un sótano pero ha tenido que sacarlo porque lo atacaban los ratones, luego ha encontrado ficheros de acero en los sótanos del Ministerio.[55]

En Barcelona los desastres de la guerra han significado graves consecuencias para Gustau Gili Roig y su editorial : bombardeo de un almacén de libros en el sitio de Bilbao y destrucción de las existencias (por valor de 50.000 ptas), incautación de las existencias de libros religiosos (por valor de 500.000 ptas) para convertirlos en pasta de papel, destrucción de la mitad del almacén de libros de Hospitalet en un bombardeo (por valor de 80.000 ptas), destrucción de su piso en Barcelona el 17 de marzo de 1938 (una bomba franquista provoca la explosión de un camión cargado de trilita que pasaba por la Gran Vía), detención el 30 de marzo de 1938 por el S.I.M. y condena a 12 años de encarcelamiento por «socorro blanco». Como preso pasa por la checa de Vallmajor, el pontón «Uruguay», la Cárcel Modelo y luego una masía de la Generalitat ; su hija Montserrat,[56] que se ha quedado al frente de la editorial junto con el Comité de control, y el catedrático Eduard Fontseré,[57] director editorial desde la creación de la editorial, consiguen reunir más de 40 solicitudes del extranjero y de personalidades republicanas de Barcelona que les permiten obtener un indulto antes del final de la Guerra Civil. En ese momento, al recuperar las existencias de libros técnicos y literarios que estaban en sus almacenes situados en la calle Enrique Granados y en Hospitalet, Gustau Gili Roig vuelve a reanudar su labor de editor. El Diccionario se encuentra impreso hasta la página 1.120 y la parte analógica hasta la palabra «zona» ; el editor espera que Julio Casares podrá reanudar la corrección de las pruebas que faltan y, como siempre, le ofrece anticiparle dinero para que pueda salir adelante después de haberlo perdido todo.[58]

 

Última etapa en la realización del Diccionario ideológico
En mayo de 1939 Julio Casares recupera su piso de la RAE, «con cuatro colchones prestados y tres sartenes de [su] propiedad» y, antes de ponerse a trabajar, empieza el inventario del material rescatado así como de lo que ha desaparecido; su mayor preocupación es no dejar su obra truncada por las destrucciones de la guerra. Comprueba que se ha salvado el 50% de la parte sinóptica; la reconstrucción de la otra mitad podrá hacerse gracias al fichero que sirve de base para los cuadros. Entre las galeradas, había corregido y mandado a Barcelona hasta la n°1.149 ; de la 1.150 hasta la última 2.137 sólo faltan desde 1.406 hasta 1.453 que deberá volver a imprimir el editor. Del material acumulado en la casa de la Ciudad Lineal no queda nada ; además no sabe exactamente qué grupos de palabras de la parte analógica estaban pendientes de refundición y por eso no fueron mandados como los otros a Barcelona.[59]

En Barcelona, Gustau Gili Roig reúne 5.000 ptas para que Julio Casares pueda atender a las necesidades más urgentes y diseña la forma final del Diccionario, recordando una proposición de Julio Casares[60] que quería ilustrar la obra mediante láminas esquemáticas con los nombres de todas las piezas a la vista : de un barco trasatlántico, de una locomotora, del cuerpo humano, de una rotativa, etc. Para ello, Gustau Gili Roig dispone de un buen dibujante a quien podrán ayudar los ingenieros y profesores que trabajan en «el cuarto de los sabios» en la sede de la editorial. Esta idea será finalmente abandonada[61] pero es significativa de la voluntad del editor para quien, tratándose del Diccionario,«lo esencial es hacerlo tan perfecto, completo, claro, práctico y útil como se pueda imaginar.»[62]

A partir de octubre de 1939, la hija de Julio Casares trabaja con su padre para terminar los cuadros sinópticos y comenzar la reconstrucción de los grupos perdidos en la parte analógica, ordenando los ficheros y cotejándolos con los asteriscos de la parte alfabética ya impresa para que no quede olvidada ninguna referencia ; Gustau Gili Roig le mandará un sueldo de 250 ptas mensuales. En enero de 1940, después de estos trabajos preparatorios, Julio Casares empieza la redacción definitiva a partir de las galeradas y, siempre atento a la presentación tipográfica, propone que, para la parte analógica, las voces de referencia intercaladas entre los grupos sean del mismo tamaño que las cabezas de grupo pero en cursiva.

Al aproximarse el final de la redacción surge el problema del abastecimiento en papel ; en ese período de la post-guerra sólo se puede solucionar mediante apoyos oficiales y Gustau Gili Roig solicita la intervención de Julio Casares ante Javier Lasso de la Vega[63] a quien ha pedido 10.000 kilos de papel para imprimir el Diccionario[64] en su calidad de Presidente del Comité Sindical del Papel y Cartón desde diciembre de 1939. Julio Casares cuenta así la visita de ese responsable del Libro :

«Le expliqué el mecanismo y el alcance de nuestra obra; procuré que le entrara por los ojos todo el trabajo realizado, el desembolso hecho y la importancia que para la cultura española y para nuestras relaciones con América puede tener la obra que hemos emprendido, y creo que quedó bastante impresionado a juzgar por sus palabras. […] Me dijo que obras de esta naturaleza son ya impropias de nuestro tiempo, pues no es posible pensar que en las generaciones actuales haya un autor tan abnegado que consagre lo mejor de su vida a una labor tan paciente y obscura y tan extremadamente difícil. Añadió que sería criminal no hacer todo cuanto estuviera a su alcance para que la obra vea la luz lo antes posible y me ofreció que todo lo que pueda hacer, llegando hasta los límites de lo inverosímil, lo realizará con el convencimiento de quien coopera a una empresa del más alto alcance patriótico.[65]»

Estas promesas, viniendo del que en 1941 se ha vuelto jefe de la «Sección papel, prensa y artes gráficas» del Sindicato Nacional de Industrias Químicas, le permiten al editor recibir en octubre de ese año papel couché proveniente de Alemania, pero sólo 25% de la cantidad pedida, es decir 2.500 kilos.

En julio de 1940 ha empezado la revisión y corrección de las listas de la parte analógica con los añadidos que Julio Casares ha aportado, cotejando los grupos de palabras con las de la parte alfabética. Sólo después vendrá la composición en la que se pondrán una al lado de otra las columnas de palabras que componen esta parte analógica. A principios de 1941 se pasa a la corrección de las segundas pruebas y en octubre se redacta el prospecto[66] destinado a presentar la obra. El editor Gustau Gili Roig ha preferido no entablar negociaciones con la RAE, desechando el respaldo que hubiera podido aportar a la difusión del Diccionario ideológico, pero manteniendo así, en común acuerdo con Julio Casares, la independencia de ese proyecto editorial. En diciembre de 1941, al leer las pruebas del «Prólogo, Plan e Instrucciones» es Gustau Gili Roig quien insiste para que se escriba en cursiva la frase en la que Julio Casares pide a los futuros usuarios su colaboración para enmendar los posibles errores, a fin de que los lectores no pasen por alto este ruego; estas correcciones de lectores atentos servirán para enmendar la segunda edición en 1959 y en las primeras tiradas de ésta se les solicitará nuevamente para que señalen las posibles omisiones o erratas mediante cupones adjuntos que encontrarán en las últimas páginas de la obra.

Es en ese momento cuando Gustau Gili Roig, con 74 años, franquea una nueva etapa en la historia de su empresa mediante la constitución de Editorial Gustavo Gili S.A. el 30 de enero de 1942. Para pasar a este nuevo estatuto de sociedad anónima, aporta su negocio editorial anterior – por un valor de 6.600.000 ptas – y asocia a sus tres hijos: Gustau, Montserrat y Rosario Gili Esteve, para completar el capital inicial de 9 millones de ptas.

Se va terminando la impresión y encuadernación del Diccionario ideológico en los Talleres Tipográficos SADAG y Julio Casares descubre entonces que el primer contrato firmado el 18 de enero de 1926 ha desaparecido en el saqueo de la casa de la Ciudad Lineal y, ya cercana la puesta a la venta de la primera edición del Diccionario ideológico, el autor y el editor firman un nuevo contrato el 27 de septiembre de 1942. Este segundo contrato se refiere al «carácter especial y único de analógico-alfabético e ideológico» del diccionario de la lengua española redactado por Julio Casares; la cesión del derecho de propiedad intelectual se fija en 141.250 ptas de las cuales 66.250 ptas representan los gastos y desembolsos efectuados por el autor durante la preparación del manuscrito (fichas, ficheros, colaboradores, alquiler de locales, etc.) y 75.000 ptas representan los derechos de autor para la primera edición. La suma de 66.250 ptas representa evidentemente el total de los giros mandados por Gustau Gili Roig a lo largo de la preparación del Diccionario ideológico y las otras 75.000 ptas serán satisfechas a razón de 5 ptas por cada volumen vendido de la primera edición cuya tirada será de 15.000 ejemplares.

 

Conclusiones del autor y bibliografía
La gestación de una obra lexicográfica original y novedosa, como lo fue el Diccionario ideológico para el idioma castellano, es un proceso largo ; esta duración se explica en parte por las circunstancias históricas, con la pérdida de documentos y la interrupción del trabajo de corrección de galeradas que supuso la Guerra Civil, pero también porque se trata de una realización individual. En sus cartas Julio Casares evoca raramente a sus colaboradores y no parece que les haya otorgado ninguna iniciativa ; sólo debían de cumplir tareas rutinarias como redactar fichas a partir del Diccionario de la RAE o comprobar la correlación entre la parte analógica y la parte alfabética. Esta aparente fragilidad de un proyecto individual puede transformarse en ventaja en las circunstancias excepcionales de la Guerra Civil : al salvarse el autor se salva el proyecto de diccionario. Este modelo de trabajo (casi) individual explica igualmente que, como para numerosos lexicógrafos de ese periodo histórico, ésta sea una obra de madurez que significó una preocupación cotidiana durante la mayor parte de una vida profesional.[67] Por lo que se ha podido colegir, esta situación no fue elegida por Julio Casares que hubiera preferido convencer a los académicos para que lo acompañaran en la redacción de su diccionario.

La publicación del Diccionario ideológico constituye igualmente la culminación de la trayectoria profesional del editor que fallece poco tiempo después, en 1945, porque esta obra lexicográfica señala la voluntad de mirar hacia el futuro de la empresa, dotando el catálogo de un producto de innovación (nuevo concepto de diccionario y maquetación original de las páginas), indispensable para afianzar el sello de una editorial generalista como lo era entonces la Editorial Gustavo Gili. Para un editor de principios del siglo xx como Gustau Gili Roig, con un catálogo indiferenciado que se compone de obras de religión, de literatura, de arte, de manuales técnicos y de obras científicas, es ruda la competencia con las otras grandes editoriales de Barcelona de idénticas características como lo son Montaner y Simón, Espasa, Salvat, Seguí o Sopena, porque la imagen de cada una de estas editoriales está asociada con la de un diccionario o de una enciclopedia. La visibilidad de una editorial exige en esa época una obra lexicográfica importante en el catálogo para acompañar los otros títulos, pero mantener una plantilla de redactores y contratar a numerosos colaboradores para redactar una nueva enciclopedia de venta incierta, ya que el mercado ha sido ocupado por las publicaciones de sus colegas editores, es una opción arriesgada. Queda la posibilidad de ocupar un nicho hasta entonces desatendido de la lexicografía española : un diccionario de ideas afines, también llamado ideológico. La incomprensión que se instala entre el académico Julio Casares, deseoso de ofrecer una obra novedosa y perfecta en su contenido y realización, y el editor Saturnino Calleja, preocupado por el coste de una inversión a largo plazo que considera de beneficio incierto, le ofrece a Gustau Gili Roig la posibilidad de asociar el nombre de su editorial con una realización lexicográfica original en un mercado de diccionarios alfabéticos ya bastante surtido ; el futuro de la obra confirmará lo acertado de su decisión.[68]

A primera vista, se podría decir que el Diccionario ideológico, este producto lexicográfico capital para el idioma castellano, se ha construido al margen de las instituciones oficiales, pero es innegable la importancia que tuvo el trabajo de Julio Casares en la RAE, primero como académico y luego como secretario perpetuo y, sobre todo, su cargo de delegado de España en la SdN. Este puesto le permitió, con los viajes regulares a Ginebra, estar en contacto con los pensadores y los organismos internacionales que, después de la Primera Guerra Mundial, ponían en práctica el cambio fundamental aportado por la CDU para organizar y facilitar la consulta de todo tipo de informes. Además, como todos los editores de obras lexicográficas redactadas por académicos, Gustau Gili Roig, aunque no quiere depender de la RAE para la difusión de la obra, utiliza sin embargo en la publicidad destinada a presentar la primera edición del Diccionario ideológico el respaldo del prestigio institucional que ofrecía el cargo de secretario perpetuo de la RAE, al que fue elegido Julio Casares en 1936, como un sello de garantía para ganar la confianza del público.

En la reconstrucción del proceso de realización del Diccionario ideológico es interesante ver la relación que se establece entre autor y editor ; la confianza mutua permanece constante y Gustau Gili Roig nunca le reprocha a Julio Casares la tardanza en la redacción del manuscrito que hubiera debido entregar, según el primer contrato firmado entre ambos, en… 1928. Esta confianza explica también la actitud de Julio Casares que se remite enteramente a Gustau Gili Roig para elegir tipos de letras, amplitud de los márgenes, diseño y maquetación. En efecto, el nuevo concepto de diccionario que Julio Casares quiere realizar no sólo es una opción lexicográfica original para presentar el léxico del idioma castellano sino que esta tentativa va acompañada de una preocupación constante por la legibilidad final de cada una de las tres partes constitutivas ; por eso el papel del editor Gustau Gili Roig es fundamental en este proceso de creación. Además de su participación activa en la gestación del Diccionario ideológico, Gustau Gili Roig acumula otras responsabilidades como la creación de talleres gráficos en los que podrá dirigir la composición, elegir el tipo de papel, controlar la calidad y el ritmo de impresión. Su preocupación como empresario es también reducir el coste y eso se nota cuando busca el número ideal de pliegos para ajustarse al formato y al número de páginas. También, muy rápidamente, trata de evaluar el mercado de lectores potenciales para ajustar la tirada de la primera edición porque si Gustau Gili Roig, a diferencia de Saturnino Calleja, toma el riesgo económico de financiar la labor de Julio Casares, quiere estar seguro de vender la totalidad de la primera tirada. De modo que el Diccionario ideológico va siendo el ejemplo de estas obras en las que el editor, desde el contrato inicial hasta la difusión final, es un elemento realmente fundamental en la existencia y en la forma material del libro presentado a los lectores y justifica los términos empleados por Julio Casares en sus cartas al editor : «nuestra obra […] que hemos emprendido…» Esta tonalidad se mantiene en el Prólogo de la obra cuando califica a Gustau Gili Roig de «editor ideal».

Gracias a su voluntad, o a su tenacidad,[69] Julio Casares y Gustau Gili Roig logran, a pesar de numerosos obstáculos de diversa índole (crisis económica de 1929-1930, cambio de régimen de 1931, Guerra Civil de 1936-1939), llevar a cabo el proyecto editorial del Diccionario ideológico. Esta realización, que parece tan genuinamente hispánica, sólo se puede entender, paradójicamente, si se toma en cuenta la dimensión internacional de sus respectivos quehaceres de diplomático y de editor. En su correspondencia aparecen los viajes constantes por Europa : por participar en las sesiones de la SdN en Ginebra, que le permiten a Julio Casares comprobar las ventajas de la CDU, o bien con vistas a comprar derechos de traducción de obras científicas, técnicas, literarias, e informarse de las últimas novedades en las técnicas tipográficas para Gustau Gili Roig que también viaja por América, para buscar cómo se puede mejorar la distribución y difusión de libros españoles en el continente frente a la dominación de las editoriales francesas. Finalmente, tanto en el concepto lexicológico de diccionario de ideas afines como en la realización material del Diccionario ideológico, el mundo del Libro europeo funciona para Julio Casares y Gustau Gili Roig como un incentivo y un modelo con el que tratan de equiparar su propia producción editorial.

 

Philippe Castellano

Université Rennes 2

 

Bibliografía

 

CASARES y SÁNCHEZ, Julio: Nuevo concepto del Diccionario de la Lengua, Madrid: G. Koehler, 1921.

CASARES y SÁNCHEZ, Julio: Conferencia del Sr. D. Julio Casares sobre Cooperación Intelectual, Madrid: Editorial Magisterio Español, 1928.

CASARES y SÁNCHEZ, Julio: Diccionario ideológico de la lengua española, Barcelona: Editorial Gustavo Gili, 1942.

IGLÉSIES i FORT, Josep: Eduard Fontserè. Relació de fets, Barcelona: Editorial Rafael Dalmau, 1983.

LLANAS i PONT, Manuel: L’edició a Catalunya : el segle xx (fins a 1939), Barcelona: Gremi d’Editors de Catalunya, 2005.

Anexo 1

Presentación del DICCIONARIO IDEOLÓGICO DE LA LENGUA ESPAÑOLA.

Este Diccionario, fruto de una labor de más de veinticinco años, llevada a cabo por el Iltre. Secretario perpetuo de la Real Academia Española, don Julio Casares, no es un catálogo más de las voces de la lengua ordenadas según el alfabeto, al que sólo puede pedirse el significado de las palabras cuya forma gráfica nos es conocida, sino un diccionario especial que ofrece la novedad de proporcionarnos fácilmente aquellas palabras, olvidadas o desconocidas, que responden a una idea que queremos expresar. Está ordenado de tal manera, agrupando las voces y expresiones del idioma según conceptos o ideas, que, en cualquier momento, constituye un auxiliar excelente para hallar la palabra que exprese el matiz deseado, y poder usar el término culto, el nombre vulgar, el arcaísmo venerable, el vocablo moderno, el giro familiar, la palabra dura y cortante, la suave y cadenciosa, o el discreto eufemismo, según cuadre al temperamento de cada uno, a su estado de ánimo o al efecto artístico que desee conseguir.

Es una obra única en su género, que ayuda a hablar, a escribir y hasta a pensar. La sola lectura de sus grupos ideológicos y de las listas de vocablos que contiene sorprende por el inmenso tesoro que pone a nuestro alcance, tesoro que permanecía amodorrado en los diccionarios corrientes esperando quien viniese a sacarlo de su sopor y ofrecerlo como material vivo a los amantes de la lengua. Esto es lo que ha hecho de una manera excelente don Julio Casares, prestando así un excelente servicio a las letras españolas. Esta obra, indispensable a todo escritor, literato, corrector y necesaria a toda persona culta, no puede faltar en ninguna mesa de trabajo, ya sea hombre de letras o de cualquier otra profesión, y habrá de figurar en las bibliotecas públicas y en las de las instituciones docentes y de cultura, universidades, institutos, escuelas, academias, ateneos, liceos y otros centros de enseñanza ; en las oficinas y negociados públicos, y en los despachos de toda empresa privada. Su utilidad se extiende a todas las clases sociales y prestará señalados servicios en las bibliotecas particulares, tanto en la vida de relación, como en los esparcimientos léxicos (crucigramas, etcétera), y como en los estudios y ejercicios de los estudiantes.

Este Diccionario ideológico consta de tres partes :

  1. Parte sinóptica. – Comprende el plan general de clasificación del léxico correspondiente a la totalidad de los conocimientos humanos, distribuido en 38 grandes clases, subdivididas en 2.000 grupos. Cada clase constituye un cuadro sinóptico, numerado, que contiene los grupos relacionados con la idea central expresada en el enunciado del cuadro.
  2. Parte analógica. – Constituida por 200.000 voces y locuciones de la lengua reunidas en los 2.000 grupos catalogados en la parte sinóptica, puestos por orden alfabético y comprendiendo cada uno de ellos los vocablos conceptualmente homogéneos.

Cada uno de estos 2.0000 grupos reúne todas las expresiones – sinónimos, partes de la oración, locuciones, frases y refranes – directamente relacionados con la idea expresada por la palabra que les sirve de enunciado, que pueden ampliarse notablemente con las llamadas de referencia intercaladas, que remiten a otros grupos más o menos afines.

Completa esta parte un Apéndice de nombres gentilicios constituido por más de 7.500 palabras, correspondientes a la mayoría de las poblaciones de España y de las más importantes de otros países.

III. Parte alfabética. – Verdadero índice alfabético, con la correspondiente definición en todas sus acepciones de las palabras clasificadas en la parte analógica. La parte alfabética, además de facilitar el significado exacto de cada uno de los vocablos clasificados para que en todo momento pueda el lector aplicarlos en su justa acepción, le remite, mediante un sencillísimo sistema de referencias – un asterisco o una flecha – , al grupo o grupos de la segunda parte que contienen el referido vocablo y le pone en relación con todas las palabras que tienen con él una afinidad de ideas.

Con este Diccionario ideológico, el lector podrá resolver principalmente los siguientes casos : a) buscar el vocablo correspondiente a una idea que se quiera expresar justamente ; b) buscar un sinónimo ; c) buscar una palabra correspondiente a una familia de vocablos ; d) hallar el significado de una palabra y su relación con las de su familia.

 

 

 

[1] Este estudio sólo ha sido posible gracias a la generosa acogida de Mónica y Gabriel Gili Galfetti que me han facilitado el acceso al archivo de la editorial.

[2] Julio Casares ha publicado hasta esa fecha : Nuevo diccionario francés-español y español-francés, Madrid, Jaime Ratés, 1911, Novísimo diccionario inglés-español y español-inglés, Madrid, Estrada Hnos, 1914, Crítica profana, Madrid, Estrada Hnos, 1916, Crítica efímera (divertimientos filológicos) T 1, Madrid, Saturnino Calleja, 1918, Crítica efímera (divertimientos filológicos) T 2, Madrid, Saturnino Calleja, 1919, Diccionario breve francés-español y español-francés, Madrid, Saturnino Calleja, 1921,

[3] Carta a su editor, Gustau Gili Roig, 8.XII.1932.

[4] Todas las citas están sacadas de CASARES, 1921.

[5] Esta obra, fruto de once años de trabajo, se presenta como una colección de términos, sin definición, clasificados a partir de 990 conceptos ; el significado lo deduce el lector en función de las palabras agrupadas por afinidad en torno al término elegido. Esta concepción lexicográfica se ha mostrado capaz de ir absorbiendo la evolución del idioma inglés, tanto los nuevos términos técnicos como las expresiones coloquiales.

[6] En la misma construcción del título de su obra, el lexicógrafo francés propone el movimiento de búsqueda del lector entre ideas y palabras que constituirá el núcleo del futuro trabajo de Julio Casares sobre el idioma castellano. Se trata de un nuevo intento por presentar el léxico prescindiendo de la arbitrariedad del orden alfabético para ajustarse a una ordenación lógica basada sobre los campos semánticos.

[7] En esta obra, que se apoya sobre el corpus del Diccionario de la RAE, el autor proyectaba presentar las palabras según su función gramatical pero sólo logró publicar el primer tomo dedicado a los verbos. Como en el caso del Thesaurus de Peter Mark Roget, se presentaba este Inventario como una herramienta destinada a facilitar la expresión oral y escrita ; por otra parte aparece en el subtítulo el adjetivo «ideológico» que Julio Casares volverá a utilizar en su propia obra.

[8] Ingresa en la RAE el 14.IV.1889.

[9] Hay que notar a propósito de esta última obra que sólo se publicó el primer tomo, quedando en preparación los Elementos de Tecnología anunciados en el título. Aquí, nuevamente, palabras e ideas afines constituyen dos polos que permiten orientar al lector en su búsqueda.

[10] E. Gómez Carrillo ya había adquirido una experiencia lexicográfica trabajando de redactor del Diccionario Enciclopédico de la editorial parisina Garnier Frères junto con Luis Bonafoux, Ricardo Fuente, etc.

[11] Ver nota n° 2.

[12] Carta a G. Gili, 13.IV.1925.

[13] Para más detalles es imprescindible la consulta de la obra de LLANAS, 2005.

[14] Este filólogo trabajó en París para la casa Garnier Frères, allí publicó el Diccionario Enciclopédico de la lengua castellana en 1895 y, con la colaboración de C. Grüneisen, El trabajo manual. Método racional y práctico de trabajo manual para las escuelas y la familia, coedición de Adolphe Lussy y Gustau Gili en 1903, luego redactó el Nuevo diccionario francés-español, español-francés, coedición de Armand Colin y Gustavo Gili en 1906. En el catálogo de 1907 aparecen seis traducciones suyas de obras escolares francesas.

[15] Carta a G. Gili, 24.VI.1925.

[16] Se entregó un primer plazo de 5.000 ptas y las 18.000 ptas restantes en cuatro plazos : 31.III.1925, 30.VI.1925, 30.IX.1925, 31.XII.1925.

[17] Carta a G. Gili, 8.XII.1925.

[18] El filólogo José Alemany (1866-1934) también era miembro de la RAE (1909) ; su colaboración con el editor Ramón Sopena se prolongará en otras obras : La Fuente : Diccionario Enciclopédico Ilustrado de la Lengua Española, 1921 / Nuevo Diccionario Ilustrado de la Lengua Española, 1930 / Diccionario Enciclopédico Ilustrado de la Lengua Española, 1935.

[19] CASARES, 1928.

[20] CASARES, 1928, 6.

[21] Carta a G. Gili, 14.VIII.1926.

[22] Giro de 900 ptas del 10.XII.1927.

[23] En el catálogo de 1930 de G. Gili figura la colección « Viajes y aventuras de Karl May », dividida en dos series : « Entre los pieles rojas » y « Por tierras del profeta », cuadernos de 96 páginas vendidos 0,90 pta.

[24] Carta a G. Gili, 25.I.1928.

[25] Carta a J. Casares, 14.XII.1928.

[26] Carta a J. Casares, 23.IX.1930.

[27] Carta a G. Gili, 26.IX.1930.

[28] Sangrado : el renglón va más adentro que el resto.

[29] Carta a J. Casares, 13.II.1931.

[30] Tasación del 8.IV.1931. Sección de Máquinas : 62.302,10 ptas / Cajas : 29.889,50 ptas / Encuadernación : 9.480,80 ptas / Mobiliario y Despacho : 6.157,20 ptas / Total : 107.830,20 ptas.

[31] Tasación del 12.VIII.1931. Sección de Máquinas : 45.600 ptas / Cajas : 21.421 ptas / Encuadernación : 5.954 ptas / Mobiliario y Despacho : 1.725ptas / Báscula y Carretón : 325 ptas / Total : 75.025 ptas.

[32] Es de notar que estos giros se han mantenido, aun cuando el contrato de 1926 fijaba la entrega de la primera parte en 1928.

[33] Carta a J. Casares, 19.V.1932.

[34] Carta a G. Gili, 26.V.1932.

[35] Carta a G. Gili, 29.VIII.1932.

[36] Carta a J. Casares, 15.XII.1932.

[37] La editorial CALPE, creada el 1.IV.1918, obtiene en 1920 la exclusividad para la edición del diccionario de la RAE. Después de la creación de Espasa-Calpe, el 31.XII.1925, la nueva editorial seguirá publicando los diccionarios de la RAE como es el caso del Diccionario manual e ilustrado de la lengua española en 1927.

[38] Carta a J. Casares, 5.XII.1932.

[39] Carta a J. Casares, 5.I.1935.

[40] El tiraje de los 54 pliegos del Diccionario cuesta 5.670 ptas y los jornales correspondientes suman 1.457,45 ptas ; esto nos indica que, aun para este tipo de trabajo minucioso que exigía cajistas experimentados, la parte del salario correspondía a 20% del coste de los primeros pliegos.

[41] En el acta del notario Josep-María Aguirre y Serrat-Calvó se precisa que la sociedad conservará el nombre inicial, Sociedad Alianza de Artes Gráficas, o la abreviatura SADAG.

[42] Este socio sólo ingresa 7.000 ptas, tendrá que aportar el resto en un plazo de 10 años.

[43] Máquinas : una máquina « The Premier » (con platina, contador, corta-pliegos, dos juegos de rodillos), un introductor automático « Rotary » (casa G. Spiess , Leipzig), dos mesas para las platinas, una máquina « Minerva Phoenix », una guillotina (casa A. Fomm, Leipzig), tres fundidoras Monotype, una fundidora Linotype, dos máquinas para sacar pruebas, un cuadrante para cortar interlíneas, cinco electromotores (marca Siemens), instalación de transmisiones y poleas para el funcionamiento de la maquinaria.

Material : material completo en caracteres de imprenta de la fundición tipográfica Sucesores de J. Neufville con sus cajas y mobiliario, tipos fundidos para la máquina Linotype, 6 juegos de matrices Inglés en pólizas completas de letra ordinaria, versalitas, versales, negritas y números arábigos y romanos, 6 juegos de matrices Elzeviriano en pólizas completas, 2 juegos de matrices Glocester en pólizas completas, 7.656 kilos de metal para fundir tipos.

[44] Un convenio firmado entre los socios el 14.XII.1940 precisa que los tipos de imprenta entregados por G. Gili Roig a SADAG sirven exclusivamente para la impresión del Diccionario ideológico de J. Casares, del Manual del Ingeniero de H. Utte y de los libros de bibliofilia de la colección « La Cometa ».

[45] Cartas a G. Gili, 15.I.1935 y 1.VIII.1935.

[46] Carta a J. Casares, 21.I.1935.

[47] Carta a G. Gili, 24.II.1936.

[48] Carta a G. Gili, 11.IX.1936.

[49] Carta a J. Casares, 8.IX.1936.

[50] Carta a J. Casares, 30.XII.1936.

[51] Carta a G. Gili, 15.I.1937.

[52] Carta a G. Gili, 30.I.1937.

[53] Carta a J. Casares , 2.III.1937.

[54] Carta a G. Gili, 11.III.1937.

[55] Carta a G. Gili, abril 1939.

[56] G. Gili Roig mandó a su hijo, G. Gili Esteve, a Francia durante la Guerra Civil.

[57] IGLÉSIES, 1983, 112.

[58] Carta a J. Casares, 15.V.1939.

[59] Carta a G. Gili, 10.VII.1939.

[60] J. Casares se refería al ejemplo del Dictionnaire-manuel illustré des idées suggérées par les mots, contenant tous les mots de la langue française de Paul Rouaix, editado en París por Armand Colin en 1898 con 16 láminas ; en 1936 se encontraba en su 17 edición.

[61] En ese momento, la ilustración ya no es un argumento publicitario tan eficaz para vender diccionarios y enciclopedias como lo fue a principios del siglo xx ; ahora, para atraer al público potencial, se trata más bien de privilegiar otra característica : el concepto original de diccionario ideológico.

[62] Carta a J. Casares, 1.VII.1939.

[63] J. Lasso de la Vega fue Director de la Biblioteca de la Universidad de Madrid en 1934, representante de la Asociación de Bibliotecarios y Bibliógrafos (creada en 1934) en la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros y Revistas para las bibliotecas públicas, antes y después de la Guerra Civil.

[64] Carta a J. Casares, 31.V.1940.

[65] Carta a G. Gili, 3.VI.1940.

[66] Ver el anexo 1.

[67] En el Prólogo del Diccionario ideológico, Julio Casares califica su obra como « la empresa más importante de [su] vida », p. IX.

[68] De la primera edición del Diccionario ideológico de la lengua española de Julio Casares se realiza una 2a tirada en 1948, una 3a tirada en 1951, una 4a tirada en 1954 y una 5a tirada en 1957. En 1959 la Editorial Gustavo Gili publica una «segunda edición corregida, aumentada y puesta al día» que se encontraba en 1999 en su 21a tirada.

[69] Es un rasgo del carácter de G. Gili Roig que recordará su hijo, G. Gili Esteve, al contestar a las preguntas de Lluís Permanyer para su artículo «La dinastía de los Gili, señores del libro», La Vanguardia, 29.I.1989, p.36.

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